“Esta es la última, después paro a comer algo”, pensó, mientras retiraba el suplemento de clasificados de su axila, para revisar que la dirección que dictaba el anuncio coincidiera con el timbre que ya tenía apretado hace demasiados segundos.
-¿Quién es?- preguntó una voz notoriamente irritada.
-Vengo por el anuncio- inspiró con ruido por la nariz, en un errado intento por impedir la caída de sus mocos- ábrame por favor, antes de que el calor logre evaporar fracciones de mi humanidad que no estoy dispuesto a perder.
Quizás preferiría que algo me sucediera antes de que abran, pensó murmurando como si masticara las palabras, les daría su merecido ante el sindicato, desgraciados, por descuidar al personal; futuro personal. Creen que pueden hacerme esperar en la calle hasta que me contagie vaya-a-saber-qué virus mortal que acecha este precario edificio, sin sufrir consecuencias. Oh no, se equivocan, ¡esta no es la forma de tratar a un compañero de trabajo! Mucho menos a un superior, considerando que sin duda seré contratado para un puesto de mayor jerarquía que la incivil que atiende el timbre.
Luego de unos minutos apareció desde la puerta de las escaleras una mujer gorda que promediaba los cincuenta años, tenía el cabello color azabache nevado en canas, iba mal vestida con una camisa celeste apretada, metida dentro de la corta pollera a rayas verdes y blancas que la hacía ver como un matambre navideño.
-Buenas tardes- deslizó las palabras desde el otro lado de la puerta de vidrio mientras se agachaba para abrir con la llave que colgaba de un hilo de su cuello. Giró la llave, dejando ver un lunar con tres pelos largos que se mostraba firme en la mano derecha, entre el dedo pulgar y el índice. Sosteniendo la puerta con la izquierda para que el aplicante entre, estiró el brazo del lunar esperando un respetuoso apretón.
-Me va a tener que disculpar, pero mis manos se recubrieron de sudor en la interminable espera que usted me obligó a soportar bajo el cancerígeno Sol- se excusó rebuscadamente, decidido a evitar el contacto con esa mano a cualquier precio.
-No hay problema, disculpe usted la espera- respondió desinteresada- es que estamos en un cuarto piso y el ascensor está averiado, toma su tiempo baj…
-¿Pretende que yo suba cuatro escaleras- interrumpió- para comprobar que su superior es aún más limitado que usted, rechazar cualquier oferta que me haga, por más elevada que sea, aunque viendo el edificio donde operan aseguraría que no puede cubrir siquiera mis honorarios, y luego bajar los mismos escalones en busca del sofocante exterior?
-Usted vino a la entrevista, el anuncio es claro…
-Dudo con todas mis fuerzas, aunque esté debilitado por su imprudencia, que su compañía jamás lograría algo claro. Abra la puerta, ¡déjeme salir o la demandaré por acoso y privación de mi libertad!- gritó eufórico, escupiendo porciones de alimento demasiado grandes para residir dentro de la boca de alguien. Antes de terminar la acusación ya estaba fuera del edificio, aliviado de haber sobrevivido a ese atentado medievalesco contra su menudo cuerpo.
Sin sentarse en el taburete de la barra pidió hambriento un plato de ravioles con salsa mixta, tres salchichas tipo alemanas y un vaso de vino de la casa con soda. Luego de trepar hasta la altura del banco, casi inalcanzable para un hombre de su estatura, extendió el periódico y leyó una vez más
Joven empresa busca hombre para
-¿Quién es?- preguntó una voz notoriamente irritada.
-Vengo por el anuncio- inspiró con ruido por la nariz, en un errado intento por impedir la caída de sus mocos- ábrame por favor, antes de que el calor logre evaporar fracciones de mi humanidad que no estoy dispuesto a perder.
Quizás preferiría que algo me sucediera antes de que abran, pensó murmurando como si masticara las palabras, les daría su merecido ante el sindicato, desgraciados, por descuidar al personal; futuro personal. Creen que pueden hacerme esperar en la calle hasta que me contagie vaya-a-saber-qué virus mortal que acecha este precario edificio, sin sufrir consecuencias. Oh no, se equivocan, ¡esta no es la forma de tratar a un compañero de trabajo! Mucho menos a un superior, considerando que sin duda seré contratado para un puesto de mayor jerarquía que la incivil que atiende el timbre.
Luego de unos minutos apareció desde la puerta de las escaleras una mujer gorda que promediaba los cincuenta años, tenía el cabello color azabache nevado en canas, iba mal vestida con una camisa celeste apretada, metida dentro de la corta pollera a rayas verdes y blancas que la hacía ver como un matambre navideño.
-Buenas tardes- deslizó las palabras desde el otro lado de la puerta de vidrio mientras se agachaba para abrir con la llave que colgaba de un hilo de su cuello. Giró la llave, dejando ver un lunar con tres pelos largos que se mostraba firme en la mano derecha, entre el dedo pulgar y el índice. Sosteniendo la puerta con la izquierda para que el aplicante entre, estiró el brazo del lunar esperando un respetuoso apretón.
-Me va a tener que disculpar, pero mis manos se recubrieron de sudor en la interminable espera que usted me obligó a soportar bajo el cancerígeno Sol- se excusó rebuscadamente, decidido a evitar el contacto con esa mano a cualquier precio.
-No hay problema, disculpe usted la espera- respondió desinteresada- es que estamos en un cuarto piso y el ascensor está averiado, toma su tiempo baj…
-¿Pretende que yo suba cuatro escaleras- interrumpió- para comprobar que su superior es aún más limitado que usted, rechazar cualquier oferta que me haga, por más elevada que sea, aunque viendo el edificio donde operan aseguraría que no puede cubrir siquiera mis honorarios, y luego bajar los mismos escalones en busca del sofocante exterior?
-Usted vino a la entrevista, el anuncio es claro…
-Dudo con todas mis fuerzas, aunque esté debilitado por su imprudencia, que su compañía jamás lograría algo claro. Abra la puerta, ¡déjeme salir o la demandaré por acoso y privación de mi libertad!- gritó eufórico, escupiendo porciones de alimento demasiado grandes para residir dentro de la boca de alguien. Antes de terminar la acusación ya estaba fuera del edificio, aliviado de haber sobrevivido a ese atentado medievalesco contra su menudo cuerpo.
Sin sentarse en el taburete de la barra pidió hambriento un plato de ravioles con salsa mixta, tres salchichas tipo alemanas y un vaso de vino de la casa con soda. Luego de trepar hasta la altura del banco, casi inalcanzable para un hombre de su estatura, extendió el periódico y leyó una vez más
Joven empresa busca hombre para
tareas de comunicación interna y
externa. Requisitos: facilidad de
adaptación a diferentes ambientes,
paciencia y buen trato con la gente.
Mirando a los tres hombres en traje que comían en la mesa contigua a la puerta como invitándolos a preguntarse qué estaría haciendo, tachó con efusividad el anuncio, criticando mentalmente a los periódicos por permitir que cualquier troglodita citadino publique sus engaños y estafas por veinte centavos la letra.