martes, 31 de julio de 2007

Para mientras tanto

El cerebro se me fue a invernar. Últimamente hizo mucho frío, y sabiendo que la segunda mitad del año es siempre más agotadora y exigente para él, declaró un descanso cuasi obligatorio que, sin más, tuve que aceptar.
Además, estoy alejadísimo de la computadora: todavía no le puse nombre, eso no ayuda. Pobre. Tengo que pensarlo; por ahora tengo una sola opción que no estoy seguro, no sé si me convence.

Pero este no era el punto. El punto era otro: os presento la obra de un viejo amigo de la casa.


-typewriter

I´m sory sir.
You wanted to be literature,
we could only get you to be a footnote.


Aplausos, Utter, aplausos.

miércoles, 18 de julio de 2007

A oscuras

No sé por qué insisto en intentar dormirme así. Nunca pude, y ya lo tengo claro, pero sigo probando. No probando, no es que es un desafío que me hago, pero me acuesto para dormir, y después de un rato de ni acercarme al sueño, me doy cuenta que estoy boca abajo.

Qué extrañes. Acostado boca abajo me distrae todo lo que tengo o lo que podría llegar a tener a mi alrededor. El segundero del despertador: habilidosamente lo rompí hace años para que no haga más ruido; el despertador funciona, sólo que no marca los segundos -y no hace ni tic, ni tac-. Pero mágica(trágica)mente se arregla cuando adopto esta posición.
Aparece gente. Inexistentes compañeros de casa que pasean por doquier, veo sus sombras y a veces escucho sus voces, pero nunca llegan a pasar por mi puerta. La rodean, se acercan hasta el límite para que sepa que están ahí; no más, como si conocerlos no fuera parte del repertorio.

Para cuando empiezo a dar vueltas en la cama, abandonando mi inútil posición inicial, ya es tarde. Ya me llegó: la imposibilidad de dormir. El despertador se transforma en un campanario; las murmuradas conversaciones de mis compañeros anónimos se transforman en arduas discusiones, griteríos sin idioma.

Mi cabeza ya se fue, no se preocupa más por el sueño y se fija en todo lo que pueda distraerla. Otra noche sin dormir.
Y mañana, otro día sin reacción. Estúpido. Desorientado. ¿Perdón?, no entendí, tengo que consultar a cada rato. Estás en otra; tenés una cara. Sí, ya sé.

¿Y si me pongo boca arriba o de costado? Al pedo. Misma historia, pero sin tanta convulsión del despertador.
Mejor me levanto. Pongo música fuerte, un compilado de Pulp que hice hace poco, y doy vueltas por las cientas de páginas porno que tengo agendadas en mi computadora, todavía no sé para qué, como si fuera a olvidarme las direcciones. Las conozco más que mi mail. Se me paró la verga. Termino de escuchar el disco desde el baño, mientras me hago la paja. Quizás me ayude a dormir.
Al final de cada semana, me doy cuenta que esto se transforma en un ritual repetitivo. A veces creo que no dormir me calienta, infructífero fetiche.

Daría cualquier cosa por dormir. Mentira, no daría nada. Nadie merece algo para que yo duerma. No es que tiene precio. Es dormir; es natural. Debería serlo.

jueves, 12 de julio de 2007

Podrán decirme yeta

Gracias Coco por devolverle la cara a esta selección. Hace más de cinco años que cualquier equipito se paraba enfrente y, con atrevimiento, nos quería ganar. Nos jugaban de igual a igual, o lo intentaban, que ya es mucho.
Antes del traspié en el mundial oriental, el equipo de Marcelo salía a jugar y pasar por arriba a los once que estuvieran parados del otro lado de la cancha, sin importar la camiseta que tuvieran; mientras que el rival salía a jugar con un planteo hecho para enfrentar a la Argentina. Esto nos jugó en contra y fue lo que trajo la decepción futbolera más grande desde aquél partido contra Rumania, sin Diego.
A partir del empate con Suecia, dejamos de ser la temida selección Argentina.

Pero eso no fue lo difícil. La verdadera tristeza llegó cuando nos dimos cuenta que los invencibles de siempre, esos que sólo tenían miedo de jugar con nosotros, ahora miraban nuestra camiseta y no temblaban.
Vamos a dar nombres: Brasil. Sin duda, la mejor selección del mundo, año tras año. Nadie quiere cruzarse con Brasil, cualquier cosa menos Brasil. Pero Brasil, justamente, pedía cualquier cosa menos Argentina. Más allá del resultado, el miedo que le tenían a la camiseta Argentina se notaba, y mucho.
Ya no. Hace cinco años, desde ese junio del 2002, la verdeamarelha dejó de tener un rival que le preocupara. Su único problema era ver cómo se despertaban los cracks el día del partido, y si tenían ganas de jugar o no.
Mientras tanto, a la albiceleste le costaba empatar con Paraguay, luchaba en cada amistoso contra Estados Unidos… y ahora éramos nosotros los que temblábamos con Brasil.

En esta copa recuperamos la cara. Esa cara que hace que los rivales traguen un poco de saliva antes de cada jugada. La cara que dice que para ganarnos, van a tener que romperse un par de huesos cada uno. Las caras de Mascherano, Heinze y Tévez, que intimidan más que William Wallace y compañía. La cara de Verón metiendo con ganas, todo (desde pelotazos quirúrgicos, hasta furiosas barridas a los pies de cualquiera) lo que la gente le reclamó –injustamente- después de Corea-Japón. La cara del Coco Basile cantando con fuerza el himno. Hasta la no cara de Román nos saca una sonrisa.
Otra vez, Argentina sale a jugar, a humillar al rival; y, otra vez, el rival hace lo que puede.

Podrán decirme yeta. Como siempre, podemos ganar o perder, porque, por suerte, el fútbol sigue siendo fútbol. Pero la identidad es otra cosa, y ahora la recuperamos. Por eso yo les aseguro que si el domingo miran con atención, van a ver, una vez más, que los once tipos de amarillo están temblando…

sábado, 7 de julio de 2007

Queja formal

Muy lindo, muy lindo.
Live 8, Live Earth, artistas ultra famosos tocando en vivo para cientos de miles de personas, gratis, concientizando a la humanidad. La madre que los parió, ¿por qué no vienen a salvar al mundo desde acá? Armemos un mega recital gratis para salvar al universo en Jurabildo; vengan a tocar Madonnas, vengan históricas e inesperadas reuniones de Pink Floyd.
Metidos en Europa, Japón, Estados Unidos... ¡a ellos no hay que salvarlos! Latinoamérica hay que salvar, África. Pero NO, los shows para que no haya más pobres e indigentes son en las ciudades más ricas del mundo.
Y mientras, nosotros, los sudacas, tenemos que pagar $400 para ver a The Police, $120 para una lejanísima popular de Roger Waters. ¿Qué está pasando?

¡Yo digo!
NO a los mega shows para salvarnos... ¡desde lejos!
NO a sus planes elitistas para salvar a lo que ni siquiera se gastan en visitar.
NO a disfrazar de ángeles a tipos que tocan gratis para los que sí pueden pagar esos benditos 120 dólares.

Si quieren ayudar, vengan a festejar acá sus planes de salvamento. Porque cuando terminan de alegrarles la vida gratis a esos ricos, pareciera que vienen a recuperar lo que no facturaron en esos shows.
Conmigo no, eh. Prefiero poner un disco antes que escucharlos cantar "por un mundo mejor", pero DESDE un mundo que ya está mejor, y con voz de que les damos lástima.

Basta de mentir Bono y cía. Basta.

martes, 3 de julio de 2007

En cama con Graciela Borges

Que sí, que no, que sí, que no. Hablamos por teléfono todos los días durante una semana, para confirmar y cancelar nuestra cita. ¿A quién se le ocurre agarrarse neumonía justo cuando le tengo que hacer una entrevista? Sólo a Graciela Borges. ¿A quién se le ocurre solucionar esto proponiendo ser su enfermero durante un día? Yo lo insinué. Se lo planteé disimuladamente como un chiste con un dejo de seriedad, para tantear, escuchar cómo reaccionaba. Entre tosidos y su voz ronca característica, que gracias a la enfermedad se parece al nocturno sonido de un sapo, croó: “dale, vení a ayudarme, pero no me pienso sacar el pijama, así que mi apariencia es off the record” y largó una carcajada ruidosa que me hizo sonreír.

Suerte que no le tengo miedo a las alturas. Pisos 13 y 14 de un llamativo edificio sobre Figueroa Alcorta, por Palermo. En el ascensor me puse el barbijo, y cuando se abrió la puerta, se rió antes de saludarme. “¡Tampoco para tanto! Igual ya no es contagioso”. Con 65 años cumplidos un mes atrás, a pesar de la gripe virósica que la tiene en cama hace siete días, y el cansancio que viene con esto, Graciela Borges está intacta. Hermosa, llamativa, interesante. El camisón violeta de seda la ahorca, tratando de atarle la garganta para que no salga la tos. Deja apreciar su cuerpo con bastante claridad. “¿Querés tomar algo?”, me entrevistó. Asumí mi papel (el que habíamos acordado al menos), y repliqué: “no, yo tengo que servirte a vos, porque sos la paciente”. Me guió a la cocina por una puerta que está al lado de un sillón cuya increíble comodidad iba a comprobar más tarde. Sin dejar de mover las manos me indicó dónde podía conseguir una taza, saquitos de té y limón, mientras ella sacaba una Coca de la heladera. “¿Tenés soda o agua?” murmuré con algo de vergüenza por el exceso de confianza que implicaba, “no me gusta mucho la gaseosa”.
Nos sentamos en la mesa de madera de la cocina a tomar su té y mi café (finalmente me decidí), y después de halagar un rato la casa, sin soltar la taza y haciendo rebotar su pantufla derecha con el piso una y otra vez, me explicó: “no estoy tanto tiempo acá. Me gusta más vivir en el country, en Tortugas, pero cuando tengo que hacer muchas cosas, no puedo irme hasta allá y volver todos los días”. Se le escapa una seguidilla de carraspeos. “Te debo querer mucho para hacer esto. Estoy muy cansada”. Me dio culpa y quise que me tragara la tierra, por un momento sentí que el encuentro había sido desubicado. Pero inmediatamente me tranquilizó, volvió a sonreír y me explicó con fastidio: “ya estoy cansada de estar acá, todo el día en la cama. Me aburro mucho. No puedo ni ir a la radio”.
“La radio me hace sentir cómoda, tranquila; me hace feliz. Todo lo que hago ahí adentro lo disfruto”. Cuando era joven, “cerca de los 10 años”, recuerda, sus compañeras se reían de su rasposa voz. “Estaba intimidada, con vergüenza de hablar mucho” me confiesa, orgullosa de poder decir que ahora vive del mismo tono de voz que hace tantos años causaba gracia. Sin titubear admite que nunca creyó que sería actriz: “después de mi debut dije que nunca más haría eso. ¡Imaginate! Tuve que estar 40 minutos colgada del techo del Teatro Colón, con peluca rubia y un disfraz de ángel. No quería ni acercarme a un escenario de nuevo” rezongó graciosamente, mientras levantaba las cejas con indignación, y abría la boca para estallar de risa. Volvemos por la puerta, al lado del sillón, atravesamos el living hasta llegar al balcón. El camino está decorado con triunfos y amores. Mesitas y estantes con fotos de sus padres, de su hijo, ella con Paul Newman, Sofía Lauren y hasta el Príncipe Felipe. Traspapelados entre todos los adornos, se ven los premios que recibió a lo largo de su completísima carrera.

Hace unos días la llame a su casa en Tortugas media hora más tarde de lo pactado por la tardanza de mi colectivo. Me atendió una chica que trabaja ahí.
- Hola, ¿está Graciela?
- Ahora no te puede atender, está meditando.
Me quedé callado unos segundos, con los ojos redondos y sorprendidos.
- Está bien, bueno... ¿después se duerme o la puedo llamar? No sé, ¿qué hace?
Hablé nervioso. La confesión de mi interlocutora me descolocó. Además, vino acompañada con una curiosidad que no pensaba controlar. Desde el espectacular sillón –al fin- del que no me moví hasta que terminó la entrevista, la interrogué sobre esta cuestión. Pasa dos horas por día, una a la mañana y otra a la noche, en este estado. Con total ignorancia le pregunté sobre qué medita.
- No se medita de algo en particular. Meditar es observar.
- ¿Pero no pensás en nada?
- Es un acto para soltar la mente. Estoy sentada tranquila en una habitación de mi casa, sin teléfono, ni ruidos.
Me explica (intenta) que sigue las técnicas de unos monjes del Himalaya que se llaman Ishaya. Me esfuerzo por mantener la cara más natural que puedo mostrar en ese momento. En esas dos horas diarias, escapa de la vorágine y los nervios de la cuidad. “Hay mucha ansiedad. Todos están apurados, corren, gritan. Si siguen así, se terminan chocando contra una pared”.
- Vos parecés tranquilo, equilibrado, pero...
Me mira fijo, desafiante. La interrumpo.
- Sí, controlo bastante bien mis nervios.
- Pero la paciencia se acaba para todos. En algún momento vas a necesitar algún tipo de ayuda, un guía.
Estupendo. Graciela Borges en pijama me acaba de recomendar que pruebe con alguna milenaria técnica de relajación.
- Así puedo encarar mis días como quiero.
- ¿En paz?- le consulto sin entender mucho.
- Tengo una filosofía: dar todo lo mejor cada día, sin esperar resultados.

Teléfono. Me da la espalda para atender, y se postra unos minutos enfrente del magno ventanal que da al Río de La Plata. Habla risueña y alegre.
- Qué sorpresa.
- ¿Quién era?- pregunto atrevidamente.
- Josefina, mi sobrina. Hace meses que no la veo. La tendrías que conocer, es muy linda.
También quiere concertarme una cita.
- En la semana llamame de nuevo, yo arreglo con ella, y vamos los tres a tomar algo. De paso me conocés bien vestida y fuera de mi casa.

En pocas horas, me presentó alternativas para solucionar todos mis preocupaciones. Relajación mental. Sobrina encantadora. A duras penas logro levantarme del inolvidable sillón. “Andá, te saludo desde el balcón cuando salgas”. Levanto la cabeza. No se ve. Piso 13 y 14 sobre Figueroa Alcorta. Me olvidé el barbijo.