viernes, 5 de septiembre de 2008

El hombre de Meandertal

Un viernes a las ocho de la noche, ya con una cerveza adentro, como todos los viernes a las ocho de la noche, porque me quedan dos horas libres entre una y otra obligación, y, cansado de las obligaciones, me descontracturo: tomo una cerveza; tomo una cerveza: me hago pis; me hago pis: voy al baño; voy al baño: me lavo las manos… antes de hacer pis.
Entré a un bar gallego –creo que los llaman así, bar gallego, o parecido; de esos bares medio viejos que atienden señores grandes, la mayoría de Mendoza, San Juan, la mayoría del interior, que sirven con una displicencia que va más allá del enojo: pasa a ser admirable- y pedí usar el baño. Cómo no, me dice uno con tonada de alguna provincia del noroeste, al fondo, a la izquierda, debajo de la escalera. Gracias.
Adentro me encontré con un señor bajito y robusto, con barba de 4 ó 5 días y la nariz marcada en los lados, por años de usar anteojos, aunque ahora no los tenía puestos. Como dije, empecé por lavarme las manos, y al lado del jabón vi unos anteojos viejos, grandes y con los vidrios sucios, tan borrosos que aparentaban tener moho; parecía que la mugre estaba formada por imágenes que su dueño alguna vez vio a través de ellos, y que se quedaron ahí posadas, imborrables, o nunca borradas, capas de imágenes antiguas cegadoras de las nuevas.
Me seco las manos usando más papel de lo normal, y voy al mingitorio. El señor bajito y robusto me mira fijo, extrañado, quizás aprovechando que ve después de mucho tiempo, paradójicamente, gracias a la falta de anteojos, y me increpa, me habla con un tono alto y fuerte, que suena liberador, como si no hubiera hablado durante horas. Me pregunta Qué hacés, pibe, te lavás las manos antes de mear. Sí, claro. Pero estás haciendo todo al revés, aseveró, dejando que una serie de pequeñas gotas de saliva salieran volando de su boca, como soldados de su acusación que me atacaban.

- Vos sos el que hace las cosas al revés
- ¿Pero cómo voy a ser yo? ¡¿Te das cuenta la boludes que estás, no sólo haciendo, sino defendiendo?!
- Vos lo hacés a tu manera, porque todo el mundo lo hace así, porque así te enseñaron de chiquito.
- ¡Claro!
- Yo lo hago a mi manera, por lógica pura.
- No quiero ni preguntarte, pero te sigo la corriente… ¿qué lógica?

Mi explicación fue rotunda, irrefutable y, probablemente, más que probable diría que con seguridad, el señor bajito y robusto ahora se lava las manos antes de hacer pis.
“Vos y tu gente, ustedes, extraños humanos ilógicos, que basan sus acciones en la costumbre, en la ola que los lleva, y no en la razón, llegan al baño, hacen pis y después se lavan las manos.
Salvo que te salpiques, ¿de qué se las lavan?
Tu día viene lleno de cosas hechas: agarrar, sostener, empujar, frotar. Mientras pasa todo eso, la polla está guardada, escondida de la mugre y las bacterias flotantes que sí pasan por tus manos.
¿Y te lavás las manos después de mear? Después de agarrar la polla limpia con tus manos enfermizas y contagiosas.
Cada vez que usás la polla, la lavás. Cada vez que usás las manos, las dejás así, y peor aún: las seguís usando, ensuciando, pudriendo.
¡La polla está limpia, maldita seas!
Las manos no.
Así que, si me permite, señor, déjeme mear higiénicamente, que me tomé una cerveza entre obligación y obligación”.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Histeriqueando a mi blog

Veintidós de mayo del dosmilocho. Hoy es primero de septiembre. Del mismo año, y no me parece innecesaria la aclaración: pasaron más de tres meses, podría haber pasado un año más, y podrían haber pasado mil cosas más.
Me pasaron mil cosas más, y mil menos. Tres meses es mucho tiempo en el mundo de las cosas: cosas pasan a cada rato, cada hora y pico, o cada diez horas, o un poco más. Supongamos que pasan tres o cuatro cosas por día, un montón, y yo me pasé tres meses con cosas que me pasaban, y no hice nada.
¿Escribir? No.
Hace poco desesperé: estaba por rendir sin haber estudiado, no porque no tuve tiempo, al contrario, no hacía nada: me sobraba el tiempo, pero cuando no hago nada, no puedo hacer nada. ¿Cómo? Es así: si mi día está en actividad, puedo seguir haciendo cosas: ir a trabajar, la facultad, estudiar, salir, etcétera; cuando mi día no arranca nunca, no lo puedo hacer arrancar. Por eso entonces no había estudiado, porque estaba al pedo y cuando no tengo nada que hacer no hago cosas (no hago cosas, pero las cosas siguen pasando), y fui a rendir.
-¿Por qué estás resignado?
-Aparte de porque no sé nada…
-¿Sí?
-… porque no sé escribir.
-¿Qué?
-No sé escribir. Me olvidé, las letras, las palabras.
-Pero…
-Hasta leer me cuesta. Leyendo sí sé las letras y palabras, pero no las leo, las miro nada más.
-Ves palabras sueltas.
-No, veo un libro, un texto, pero lo veo sabiendo que no hay ningún significado en esa sopa de letras.
Me dijo estás loco, es normal que te agarren lagunas cuando estás por rendir. No es una laguna Dani, me pasa hace un tiempo; mi cerebro se reseteó, ahora está viviendo en algún lugar hace cinco mil años. Dale Gonzalo, no digas boludeces, vamos a seguir repasando.

Tres meses sin escribir nada: claramente tenía razón: no sé escribir. Ya no.
Hoy entré a este espacio después de un tiempo, menos de tres meses, pero un tiempo considerable, y me encontré con intentos truncos de escribir algo. Tres líneas de un texto tan repentinamente abandonado que lo último que se lee es “… fue uno o”; hasta ahí llegué, un “o”, ni siquiera llegué a anotar la otra opción. Otra, una entrada que ni siquiera tiene texto: subí una foto, me imagino que me proponía escribir algo sobre esta; nada, estaba en blanco: la foto, y esta vez ni una “o”.

No prometo volver al ruedo, no me lo prometo a mi, más que nada. Todavía no sé si sé hacer lo que sabía hacer, que se me olvidó. Entre el viernes y hoy logré escribir esto; “logré hacer este rejunte de palabras” diría alguien que no se acuerda cómo leer, alguien que se olvidó las letras y las palabras.