miércoles, 11 de marzo de 2009

A (impa)ciencia cierta

“Esta es la última, después paro a comer algo”, pensó, mientras retiraba el suplemento de clasificados de su axila, para revisar que la dirección que dictaba el anuncio coincidiera con el timbre que ya tenía apretado hace demasiados segundos.
-¿Quién es?- preguntó una voz notoriamente irritada.
-Vengo por el anuncio- inspiró con ruido por la nariz, en un errado intento por impedir la caída de sus mocos- ábrame por favor, antes de que el calor logre evaporar fracciones de mi humanidad que no estoy dispuesto a perder.
Quizás preferiría que algo me sucediera antes de que abran, pensó murmurando como si masticara las palabras, les daría su merecido ante el sindicato, desgraciados, por descuidar al personal; futuro personal. Creen que pueden hacerme esperar en la calle hasta que me contagie vaya-a-saber-qué virus mortal que acecha este precario edificio, sin sufrir consecuencias. Oh no, se equivocan, ¡esta no es la forma de tratar a un compañero de trabajo! Mucho menos a un superior, considerando que sin duda seré contratado para un puesto de mayor jerarquía que la incivil que atiende el timbre.
Luego de unos minutos apareció desde la puerta de las escaleras una mujer gorda que promediaba los cincuenta años, tenía el cabello color azabache nevado en canas, iba mal vestida con una camisa celeste apretada, metida dentro de la corta pollera a rayas verdes y blancas que la hacía ver como un matambre navideño.
-Buenas tardes- deslizó las palabras desde el otro lado de la puerta de vidrio mientras se agachaba para abrir con la llave que colgaba de un hilo de su cuello. Giró la llave, dejando ver un lunar con tres pelos largos que se mostraba firme en la mano derecha, entre el dedo pulgar y el índice. Sosteniendo la puerta con la izquierda para que el aplicante entre, estiró el brazo del lunar esperando un respetuoso apretón.
-Me va a tener que disculpar, pero mis manos se recubrieron de sudor en la interminable espera que usted me obligó a soportar bajo el cancerígeno Sol- se excusó rebuscadamente, decidido a evitar el contacto con esa mano a cualquier precio.
-No hay problema, disculpe usted la espera- respondió desinteresada- es que estamos en un cuarto piso y el ascensor está averiado, toma su tiempo baj…
-¿Pretende que yo suba cuatro escaleras- interrumpió- para comprobar que su superior es aún más limitado que usted, rechazar cualquier oferta que me haga, por más elevada que sea, aunque viendo el edificio donde operan aseguraría que no puede cubrir siquiera mis honorarios, y luego bajar los mismos escalones en busca del sofocante exterior?
-Usted vino a la entrevista, el anuncio es claro…
-Dudo con todas mis fuerzas, aunque esté debilitado por su imprudencia, que su compañía jamás lograría algo claro. Abra la puerta, ¡déjeme salir o la demandaré por acoso y privación de mi libertad!- gritó eufórico, escupiendo porciones de alimento demasiado grandes para residir dentro de la boca de alguien. Antes de terminar la acusación ya estaba fuera del edificio, aliviado de haber sobrevivido a ese atentado medievalesco contra su menudo cuerpo.

Sin sentarse en el taburete de la barra pidió hambriento un plato de ravioles con salsa mixta, tres salchichas tipo alemanas y un vaso de vino de la casa con soda. Luego de trepar hasta la altura del banco, casi inalcanzable para un hombre de su estatura, extendió el periódico y leyó una vez más
Joven empresa busca hombre para
tareas de comunicación interna y
externa. Requisitos: facilidad de
adaptación a diferentes ambientes,
paciencia y buen trato con la gente.

Mirando a los tres hombres en traje que comían en la mesa contigua a la puerta como invitándolos a preguntarse qué estaría haciendo, tachó con efusividad el anuncio, criticando mentalmente a los periódicos por permitir que cualquier troglodita citadino publique sus engaños y estafas por veinte centavos la letra.

martes, 3 de febrero de 2009

La remera de Vedder

Me gustaría poder traer toda mi música a la computadora del trabajo, pero no puedo. No importa, es sólo una comodidad; mientras tanto, escucho desde Internet: páginas como goear.com me dejan escuchar más o menos lo que quiera; en YouTube hay, además de videos musicales y shows en vivo, discos subidos con la foto de la tapa del disco a modo de video. O sea que, al final del día, escuché casi lo que quise.
Las veces que no escucho lo que quiero, tampoco son catastróficas: a lo sumo no encuentro la canción, la versión que quiero o, como en la mayoría de los casos, no se me ocurre qué tengo ganas de escuchar, ergo, no lo busco.
Pensando indeciso qué hacer sonar, no encontré en mi mente lo que necesitaba, y fui por lo seguro: recital de Pearl Jam en Argentina, nunca falla. Hace años que intento escribir sobre este show, estos shows, pero me cuesta más de lo que pueda superar. Aparentemente, escribir sobre las cosas que me parecen indescriptibles, irrepetibles, insuperables, se transforma en una tarea obstaculizada por mi falta de objetividad, y el inevitable sesgo de lo escrito hacia la alabanza y admiración. La falta de recursos para relatar algo que, ni habiéndolo vivido, puedo describir. Cualquier explicación que formule sobre la performance de ese grupo en el estadio de Ferro aquel 25 y 26 de noviembre del 2005 me parece insuficiente, no se acerca ni remotamente a lo que realmente fue y lo que yo sentí.
Con estos inconvenientes aclarados, quizás sienta algo más de libertad para relatar algo para lo que aún no se inventaron palabras. El primer ofrecimiento de YouTube fue la versión de Black del primer día que tocaron: le di click, sabiendo lo que venía: abstraerme del trabajo, dejar todo de lado por esos nueve minutos y pico, devolverme al medio del campo del show y disfrutar de nuevo lo que sin duda fue el momento musical más desilusionadamente esperado de mi vida (la esperanza era falsa; mientras veía cómo las bandas con las que soñaba ver en vivo se disolvían o ya llevaban años sin existir, Pearl Jam era una que se mantenía, pero las chances de que viajaran a Argentina eran inconsiderables, la confirmación de su visita fue alegría, regocijo, pero más que nada: sorpresa. Ni yo, ni el resto de los amantes de Pearl Jam, gracias a los cuales el recital fue tan perfecto -para decirlo de una forma mundana-, creíamos que iba a pasar. Eso también ayudó: el noventa por ciento de los que asistieron al show no lo sentían como un simple recital de rock, sino como una obligación premortem, un sueño nunca tan cercano).


Como en todo el concierto, gracias a horas, días y semanas de escuchar discos de PJ en vivo, al primer acorde veía venir la canción. ¡Blaaack! escandalicé desde el pasto, mientras empezaba a avanzar entre casi-tan-enardecidos-como-yo fans. Casi. El ‘casi’ duró poco: cantando a los gritos, rodeado de gritones, pasé del disfrute al descontrol, de la emoción a la locura… mientras pasaba por la locura, todos estos sentimientos se aunaron: remera en mano, desenfrenado me hice un espacio para tomar carrera, empuje gente para atrás y salí disparado en los dos metros que había logrado vaciar por un instante sin medida; uno, dos, tres pasos de carrera y tiré la remera, debía estar a unos veinticinco metros, le tiré la remera a la banda, esperando que llegue al escenario con la misma ilusión que había tenido de verlos en vivo durante tantos años: ninguna.
La remera, pesada por la transpiración, voló por la cancha como si fuera una pelota en medio de un partido, dejó en el camino a todos los fanáticos sin control que había en el campo, cruzó la valla de seguridad… y cayó, hasta ahí llegó: entre la valla y el escenario, donde los Goliatianos hombres de seguridad cuidaban con recelo el metro que separa a las hordas de la banda. Hasta ahí llegó: cruzó la valla y cayó.


“¡Es tu remera! ¡Es tu remera!”, rugían los desconocidos que me rodeaban, aquellos que habían seguido mi atlético lanzamiento. Lloré, lloré emocionado, enloquecido, descontrolado, lloré con ese cocktail de sensaciones que se había apoderado de mi.
Era mi remera.
Al igual que los desconocidos que me gritaban, Eddie Vedder había seguido la trayectoria de mi camiseta, atravesando al público, la valla… y cayendo. En medio de un solo de Mike McCready que prolongaba la genialidad de la canción, el cantante de Pearl Jam se aproximó al borde del escenario y le hizo señas de posesión a un hombre de seguridad, con morisquetas dibujó algo como “pasame eso, es para mi”.
El micrófono en la mano derecha, a punto de retomar con la letra, el pedazo de tela voladora que le había reclamado al cuidador en la izquierda. Empezó a cantar con una mano; la otra la elevó, mostró su trofeo a modo de agradecimiento.
“¡Es tu remera! ¡Es tu remera!”, testificaban los desconocidos. Era mi remera. Ahora es de ellos, es un recuerdo de Pearl Jam del mejor concierto de música que dieron en su vida.

Y en la mía.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Un Monumento para el Bicentenario

Vi los últimos veinte minutos del partido del Barcelona. La cosa más lenta del mundo; según dicen: fue así todo el partido -y no sólo los veinte que pude ver (que quise ver, en realidad, porque lo encontré a los cuarentaynueve, o cuatro del segundo tiempo, como quieran, sabiendo el resultado -era repetición-; así que dije, y no es que lo pensé nomás, lo dije en voz alta, porque me gusta comentarme los partidos, entonces dije "gana el Shakhtar 1-0, el partido terminó 1-2, fueron los dos a los casi noventa, estos rusos (ucranios, ya sé que no son rusos, pero dije eso) van a hacer tiempo, tirarse al piso, quejarse, y el Barça es malísimo. Mejor vuelvo en media hora y veo el final".
En el mismo canal, pero +, estaban pasando el resumen de ese torneo -¡pucha, segundo párrafo y recién acá voy a decir de qué torneo hablo! pecado periodístico (irony)-: la eternamente seguida por mi Champions League, y me quedé mirando. Los goles de Messi no los vi (también sabía que él había hecho los goles (y que entró a los cincuentaypico –sí, ¡fue suplente!-)).
A los setentaycinco ya no había nada para ver en otros canales, entonces ahí puse el partido, justo cuando al equipo de Ucrania le cobraron un tiro libre que claramente fue adentro del área. Minuto cero de mis veinte, primer orror (es un chiste, tontos) del árbitro. Igualmente casi fue el dos a cero: jugada preparada, centro al segundo palo, uno (no me pidan que sepa los nombres de los rusos) aparece solo, le entra de lleno a la pelota sin dejarla picar, BOMBA, y bestialidad de Valdés.
¡Papelón catalán!
Un paseo, no podían ni hacer un lateral bien los gallegos. Sólo una jugada Messiana (¿qué, no se dice así?) de Bojan. El resto era del Shakhtar: inventó alguna llegada, presionó, defendió, hizo tiempo: todo bien. Pero no, de golpe "todo bien" no; una de esas cuatro acciones le robó el triunfo. Increíble: hacer tiempo mal (creo que acabo de inventar un nuevo término de la escuela del Dr. Bilardo) les empató el partido. Eso, y un chiste negro mal contado del arquero.
El minuto ochentayseis fue algo así: centro, creo que de córner, del Barcelona, despeja descontroladamente un defensor ucranio ("ucranio o ucraniano" están diciendo, ¿no?) y sale por el costado; mientras, como en todas las jugadas de estos veinte minutos, otro del Shakhtar se tira haciendo tiempo, esta vez en el área rival, pero se levantó antes de que los españoles saquen el lateral, salió corriendo como si nada; sacan con las manos, desborda, centro rasante de Bojan a las manos del arquero: magnífico: el arquero no tiene manos. Le pasa por entre los dos brazos, abajo del cuerpo... una cosa incomprensible. Atrás estaba Lionel 'nopuedosertanbueno' Messi, la empujó -de derecha- y todos contentos: 1-1 en el peor partido de la historia del Barça, en una cancha en la que nunca había ganado.
Resulta que los jugadores locales se quejaron de que les tendrían que haber devuelto la pelota, porque "la sacaron afuera porque había uno caído en el piso". ¡Minga!, fue una patada de burro lo más lejos posible, en el piso no había nadie, más que su espíritu después del empate.
Pegado al gol vino otro desastre arbitral. Enorme enorme penal a Iniesta: saque de arco. Hubo más pifias del juez, algún foul, o escondió alguna amarilla, pero no me las acuerdo. Agregó cuatro minutos, en eso dije (hasta el último minuto me comento) que estuvo bien.
Lógicamente, envalentonados por el inesperado empate, el Barcelona tuvo la pelota todo lo que quedaba de partido, los siete minutos que quedaban, pero no hacía nada.

Odio felicitar y agrandar a los que todos felicitan y agrandan, me han dicho 'discutólogo' por cosas así, gran acusación. Ejemplos: discuto la espectacularidad de Lost; discuto el Oscar a mejor película de Forrest Gump; y una de mis preferidas: soy Bielsista, y más aún desde que quedamos afuera del Mundial, tema Padre de las discusiones. Con Messi no puedo: no-se-puede, el tipo es un fenómeno, ¿por qué?, simple: porque hace cosas fenomenales.
Un pase en profundidad de Xavi a los noventaytres minutos para donde estaba Messi, porque ni siquiera fue para Messi, sino que a la zona donde más o menos estaba Messi -él, y cuatro que lo marcaban-, y a un lugar incómodo: adentro del área, muy abierto y cerca de la línea final, o sea que con muy poco ángulo para el arco, con cuatro gigantes rusos corriéndole medio metro atrás, y el arquero saliendo agigantando su cuerpo, tapando todo, con el ímpetu necesario para reivindicarse de su jugada en el gol de hace seis minutos.
La picó.

Tendría que terminar ahí este cuento, este relato, y ustedes deberían estar yendo a buscar el video del gol a alguna página llena de videos. Pero trataré de explicar algo más de lo inexplicable. Se la picó a un arquero que ocupaba por de más el casi inexistente ángulo que tenía para definir, la tocó con una indiferencia y despreocupación que hacen que la jugada sea tanto más impresionante de lo impresionante que es por si sola. Fue facilísimo, lo ves y parece que hasta 'Satanás' Páez puede hacerlo.

Dicen que van a hacer un monumento para festejar el bicentenario del país, algo que identifique a la ciudad, como ya hace un Obelisco, Estatua de la Libertad, o Torre Eiffel. En el shopping Abasto están expuestas las maquetas de los doce finalistas, que también se pueden ver en una página de internet, por las que hay que votar (en la misma página) para que se construya la ganadora.
Desde el Mundial de 1962 que sale campeón, alternadamente, un equipo de América-uno de Europa, América-Europa, Brasil-Alemania-Argentina-Italia... hace 46 años, cuarentayocho en el año del próximo Mundial, el 2010, el del bicentenario.
El último lo ganó Italia.
Todo esto apunta a una sola cosa: nos toca a notros, Don Julio.

Todo esto apunta a que nos toca ser campeones del mundo. Todo esto y algo más: que YO voy a estar en el Mundial de Sudáfrica 2010 viendo a Argentina Campeón.

GSF.

viernes, 5 de septiembre de 2008

El hombre de Meandertal

Un viernes a las ocho de la noche, ya con una cerveza adentro, como todos los viernes a las ocho de la noche, porque me quedan dos horas libres entre una y otra obligación, y, cansado de las obligaciones, me descontracturo: tomo una cerveza; tomo una cerveza: me hago pis; me hago pis: voy al baño; voy al baño: me lavo las manos… antes de hacer pis.
Entré a un bar gallego –creo que los llaman así, bar gallego, o parecido; de esos bares medio viejos que atienden señores grandes, la mayoría de Mendoza, San Juan, la mayoría del interior, que sirven con una displicencia que va más allá del enojo: pasa a ser admirable- y pedí usar el baño. Cómo no, me dice uno con tonada de alguna provincia del noroeste, al fondo, a la izquierda, debajo de la escalera. Gracias.
Adentro me encontré con un señor bajito y robusto, con barba de 4 ó 5 días y la nariz marcada en los lados, por años de usar anteojos, aunque ahora no los tenía puestos. Como dije, empecé por lavarme las manos, y al lado del jabón vi unos anteojos viejos, grandes y con los vidrios sucios, tan borrosos que aparentaban tener moho; parecía que la mugre estaba formada por imágenes que su dueño alguna vez vio a través de ellos, y que se quedaron ahí posadas, imborrables, o nunca borradas, capas de imágenes antiguas cegadoras de las nuevas.
Me seco las manos usando más papel de lo normal, y voy al mingitorio. El señor bajito y robusto me mira fijo, extrañado, quizás aprovechando que ve después de mucho tiempo, paradójicamente, gracias a la falta de anteojos, y me increpa, me habla con un tono alto y fuerte, que suena liberador, como si no hubiera hablado durante horas. Me pregunta Qué hacés, pibe, te lavás las manos antes de mear. Sí, claro. Pero estás haciendo todo al revés, aseveró, dejando que una serie de pequeñas gotas de saliva salieran volando de su boca, como soldados de su acusación que me atacaban.

- Vos sos el que hace las cosas al revés
- ¿Pero cómo voy a ser yo? ¡¿Te das cuenta la boludes que estás, no sólo haciendo, sino defendiendo?!
- Vos lo hacés a tu manera, porque todo el mundo lo hace así, porque así te enseñaron de chiquito.
- ¡Claro!
- Yo lo hago a mi manera, por lógica pura.
- No quiero ni preguntarte, pero te sigo la corriente… ¿qué lógica?

Mi explicación fue rotunda, irrefutable y, probablemente, más que probable diría que con seguridad, el señor bajito y robusto ahora se lava las manos antes de hacer pis.
“Vos y tu gente, ustedes, extraños humanos ilógicos, que basan sus acciones en la costumbre, en la ola que los lleva, y no en la razón, llegan al baño, hacen pis y después se lavan las manos.
Salvo que te salpiques, ¿de qué se las lavan?
Tu día viene lleno de cosas hechas: agarrar, sostener, empujar, frotar. Mientras pasa todo eso, la polla está guardada, escondida de la mugre y las bacterias flotantes que sí pasan por tus manos.
¿Y te lavás las manos después de mear? Después de agarrar la polla limpia con tus manos enfermizas y contagiosas.
Cada vez que usás la polla, la lavás. Cada vez que usás las manos, las dejás así, y peor aún: las seguís usando, ensuciando, pudriendo.
¡La polla está limpia, maldita seas!
Las manos no.
Así que, si me permite, señor, déjeme mear higiénicamente, que me tomé una cerveza entre obligación y obligación”.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Histeriqueando a mi blog

Veintidós de mayo del dosmilocho. Hoy es primero de septiembre. Del mismo año, y no me parece innecesaria la aclaración: pasaron más de tres meses, podría haber pasado un año más, y podrían haber pasado mil cosas más.
Me pasaron mil cosas más, y mil menos. Tres meses es mucho tiempo en el mundo de las cosas: cosas pasan a cada rato, cada hora y pico, o cada diez horas, o un poco más. Supongamos que pasan tres o cuatro cosas por día, un montón, y yo me pasé tres meses con cosas que me pasaban, y no hice nada.
¿Escribir? No.
Hace poco desesperé: estaba por rendir sin haber estudiado, no porque no tuve tiempo, al contrario, no hacía nada: me sobraba el tiempo, pero cuando no hago nada, no puedo hacer nada. ¿Cómo? Es así: si mi día está en actividad, puedo seguir haciendo cosas: ir a trabajar, la facultad, estudiar, salir, etcétera; cuando mi día no arranca nunca, no lo puedo hacer arrancar. Por eso entonces no había estudiado, porque estaba al pedo y cuando no tengo nada que hacer no hago cosas (no hago cosas, pero las cosas siguen pasando), y fui a rendir.
-¿Por qué estás resignado?
-Aparte de porque no sé nada…
-¿Sí?
-… porque no sé escribir.
-¿Qué?
-No sé escribir. Me olvidé, las letras, las palabras.
-Pero…
-Hasta leer me cuesta. Leyendo sí sé las letras y palabras, pero no las leo, las miro nada más.
-Ves palabras sueltas.
-No, veo un libro, un texto, pero lo veo sabiendo que no hay ningún significado en esa sopa de letras.
Me dijo estás loco, es normal que te agarren lagunas cuando estás por rendir. No es una laguna Dani, me pasa hace un tiempo; mi cerebro se reseteó, ahora está viviendo en algún lugar hace cinco mil años. Dale Gonzalo, no digas boludeces, vamos a seguir repasando.

Tres meses sin escribir nada: claramente tenía razón: no sé escribir. Ya no.
Hoy entré a este espacio después de un tiempo, menos de tres meses, pero un tiempo considerable, y me encontré con intentos truncos de escribir algo. Tres líneas de un texto tan repentinamente abandonado que lo último que se lee es “… fue uno o”; hasta ahí llegué, un “o”, ni siquiera llegué a anotar la otra opción. Otra, una entrada que ni siquiera tiene texto: subí una foto, me imagino que me proponía escribir algo sobre esta; nada, estaba en blanco: la foto, y esta vez ni una “o”.

No prometo volver al ruedo, no me lo prometo a mi, más que nada. Todavía no sé si sé hacer lo que sabía hacer, que se me olvidó. Entre el viernes y hoy logré escribir esto; “logré hacer este rejunte de palabras” diría alguien que no se acuerda cómo leer, alguien que se olvidó las letras y las palabras.

jueves, 22 de mayo de 2008

Y la gran 7...

El canal público no tenía tanto rating en un mismo día desde la fiesta de fin de año de “Compatriotas: dos tipos audaces”, fiesta a la que fui, aunque no concurrí. Éramos Lean, Mashi y Avi. Y yo, claro. Llegamos hasta la puerta del canal, esperadamente tranquila, pero sorprendentemente atestada. Cientas de personas hacían cola, impacientes, pucho tras pucho, esperando entrar a presenciar el programa en vivo.

Cuando una de las autoridades de Canal 7 salió para dar las noticias, se armó el boliche: “muchachos, no entra nadie más. Adentro ya tenemos 300 personas, mucho más de lo que esperábamos; y todos ustedes acá, es inentendible que sean tantos, pero no entra más gente”. La larga y estilizada fila se transformó en un desprolijo torbellino de gente que manoteaba hombros para pasar al de al lado, al de adelante, y hasta al de atrás (lo que le daba la condición de torbellino) con dos objetivos que se alternaban: uno, llegar lo más cerca de la puerta posible, buscando persuadir a los porteros de que “somos 3, entran tres más”; el otro, simplemente moverse, hacer un pogo callejero por Compatriotas.

Lean probó primero: “¿Cómo no va a entrar nadie más? Mirá todos los que somos afuera, no pueden tener a tantos afuera, algo está mal armado”. Claro, Lean, está mal armada la cabeza de todos esos fanáticos de Compatriotas, como para terminar ahí - incluidísimos nosotros.
Seguí yo: “¡Soy periodista, vengo a cubrir el programa!”. Por suerte interrumpieron mi delirante discurso-intento de conseguir nuestro acceso al show: salió Coco Silly –uno de los dos tipos audaces- a insistir con el cuento: que no entra nadie, que son más de lo que imaginaban, que viva la pepa. Claro, adentro repartirán pepas, acá afuera sólo tenemos este pogo en la vereda.

Retomando, ayer Canal 7 volvió a tener aquél rating: la final de la Copa de Campeones de Europa, con la ventaja sobre ESPN de no contar con la limitación oral de Mario Alberto Kempes entre sus comentaristas. Eso sin dudas sesgó a gran parte de la audiencia hacia el canal argentino. Como a quien les escribe, un periodista que enérgicamente critica a todo canal que contrata ex deportistas con limitaciones mentales para conducir sus programas. ¿Acaso saben más de fútbol porque lo jugaron? Según el bigotudo LaVolpe, “los jugadores no entienden el deporte”; y le doy la razón, al menos en este caso: Kempes no puede comentar nada –primero porque no sabe analizar el fútbol más que yo, y segundo, ¡porque no sabe hablar!
Mientras tanto, Tévez es un genio, y no voy a dedicarle mucho espacio porque no queda demasiado para decir de él: tiene más coraje que los 300 espartanos juntos; corre todo, cual keniata; y tiene un carisma y una simpatía que enternece a todos: debe ser el único jugador que se identifica con Boca Juniors que quiero y alabo como si fuera de mi sufriente Racing Club. Vos, Carlitos, sos de lo mejor que vi adentro de una cancha. Vos, Carlinhos, Sir Charles, sos de lo mejor que vi.

Detalles aparte de alguien que entiende más que Kempes: -Como dije antes de que empiece el Mundial 2006, a Tévez le doy la 10 y la cinta. -Ronaldo es portugués; los portugueses no tienen sangre; alguien sin sangre no puede patear penales importantes. Y ya van dos: ambos marrados. -Drogba es el jugador más llorón del mundo fútbol: no entiendo cómo un negro de ese tamaño puede tirarse al piso y revolcarse durante minutos por un raspón: otro sin cojones: se hace echar cuando lo único que quedaba era patear un penal que, probablemente, hubiese metido. Prefirió seguir lloriqueando.

Más rating para el 7. A la noche fue el único canal en transmitir para nuestro país el primer partidazo de la final de conferencia al mejor de siete (transmitirán todos) entre los Spurs y los Lakers. De básquet hablamos, claro.
De Ginóbili hablaríamos, si no hubiera jugado un partido así (para no decir tan mal). Erró mucho, como le viene pasando en los últimos partidos (el séptimo juego contra los Hornets lo tuvo como figura, aunque erró casi el triple de lo que metió; fue figura, pero gracias a los libres: mete todos, y al final del partido le dieron incontables, en la desesperada búsqueda de los de Nueva Orleáns de dar vuelta el resultado). Ayer falló bastante también, pero su verdadera falencia estuvo en la defensa: lo pasaron por arriba. Literalmente: su marca, Radmanovic, le saca 10cm de altura, y se cansó de jugar desde allá, arriba de Manu.
Sí hablo, aunque poquito, de Oberto. Descolgó mil y un rebotes, para seguir con la constante positiva.
¿El partido? Terminó para los Lakers, simplemente porque Kobe duerme la mitad de un juego, y no uno entero: en el primer cuarto hizo 2 puntos. Se fue ovacionado con 27.
Lo mejor de los hombres de negro estuvo en el eterno cumplidor Duncan. Tony Parker, el armador comilón que te hace ganar 2 y perder 3, fue la figura mientras el equipo ganaba; con el francés pinchado, se desinfló el equipo.

Sinopsis: el canal de Cristina K y sus amigos ganó puntos de rating como pocas veces; el Manchester es campeón de Europa y ahora se llama Manchestévez; los Spurs quedaron 0-1 tras un partido que ganaban por 20; a mi no me dejaron entrar a la fiesta de fin de año de Compatriotas.

Pero retomé mi b l o g.

jueves, 17 de abril de 2008

Aurora






El mundo perdió la bondad.