martes, 3 de julio de 2007

En cama con Graciela Borges

Que sí, que no, que sí, que no. Hablamos por teléfono todos los días durante una semana, para confirmar y cancelar nuestra cita. ¿A quién se le ocurre agarrarse neumonía justo cuando le tengo que hacer una entrevista? Sólo a Graciela Borges. ¿A quién se le ocurre solucionar esto proponiendo ser su enfermero durante un día? Yo lo insinué. Se lo planteé disimuladamente como un chiste con un dejo de seriedad, para tantear, escuchar cómo reaccionaba. Entre tosidos y su voz ronca característica, que gracias a la enfermedad se parece al nocturno sonido de un sapo, croó: “dale, vení a ayudarme, pero no me pienso sacar el pijama, así que mi apariencia es off the record” y largó una carcajada ruidosa que me hizo sonreír.

Suerte que no le tengo miedo a las alturas. Pisos 13 y 14 de un llamativo edificio sobre Figueroa Alcorta, por Palermo. En el ascensor me puse el barbijo, y cuando se abrió la puerta, se rió antes de saludarme. “¡Tampoco para tanto! Igual ya no es contagioso”. Con 65 años cumplidos un mes atrás, a pesar de la gripe virósica que la tiene en cama hace siete días, y el cansancio que viene con esto, Graciela Borges está intacta. Hermosa, llamativa, interesante. El camisón violeta de seda la ahorca, tratando de atarle la garganta para que no salga la tos. Deja apreciar su cuerpo con bastante claridad. “¿Querés tomar algo?”, me entrevistó. Asumí mi papel (el que habíamos acordado al menos), y repliqué: “no, yo tengo que servirte a vos, porque sos la paciente”. Me guió a la cocina por una puerta que está al lado de un sillón cuya increíble comodidad iba a comprobar más tarde. Sin dejar de mover las manos me indicó dónde podía conseguir una taza, saquitos de té y limón, mientras ella sacaba una Coca de la heladera. “¿Tenés soda o agua?” murmuré con algo de vergüenza por el exceso de confianza que implicaba, “no me gusta mucho la gaseosa”.
Nos sentamos en la mesa de madera de la cocina a tomar su té y mi café (finalmente me decidí), y después de halagar un rato la casa, sin soltar la taza y haciendo rebotar su pantufla derecha con el piso una y otra vez, me explicó: “no estoy tanto tiempo acá. Me gusta más vivir en el country, en Tortugas, pero cuando tengo que hacer muchas cosas, no puedo irme hasta allá y volver todos los días”. Se le escapa una seguidilla de carraspeos. “Te debo querer mucho para hacer esto. Estoy muy cansada”. Me dio culpa y quise que me tragara la tierra, por un momento sentí que el encuentro había sido desubicado. Pero inmediatamente me tranquilizó, volvió a sonreír y me explicó con fastidio: “ya estoy cansada de estar acá, todo el día en la cama. Me aburro mucho. No puedo ni ir a la radio”.
“La radio me hace sentir cómoda, tranquila; me hace feliz. Todo lo que hago ahí adentro lo disfruto”. Cuando era joven, “cerca de los 10 años”, recuerda, sus compañeras se reían de su rasposa voz. “Estaba intimidada, con vergüenza de hablar mucho” me confiesa, orgullosa de poder decir que ahora vive del mismo tono de voz que hace tantos años causaba gracia. Sin titubear admite que nunca creyó que sería actriz: “después de mi debut dije que nunca más haría eso. ¡Imaginate! Tuve que estar 40 minutos colgada del techo del Teatro Colón, con peluca rubia y un disfraz de ángel. No quería ni acercarme a un escenario de nuevo” rezongó graciosamente, mientras levantaba las cejas con indignación, y abría la boca para estallar de risa. Volvemos por la puerta, al lado del sillón, atravesamos el living hasta llegar al balcón. El camino está decorado con triunfos y amores. Mesitas y estantes con fotos de sus padres, de su hijo, ella con Paul Newman, Sofía Lauren y hasta el Príncipe Felipe. Traspapelados entre todos los adornos, se ven los premios que recibió a lo largo de su completísima carrera.

Hace unos días la llame a su casa en Tortugas media hora más tarde de lo pactado por la tardanza de mi colectivo. Me atendió una chica que trabaja ahí.
- Hola, ¿está Graciela?
- Ahora no te puede atender, está meditando.
Me quedé callado unos segundos, con los ojos redondos y sorprendidos.
- Está bien, bueno... ¿después se duerme o la puedo llamar? No sé, ¿qué hace?
Hablé nervioso. La confesión de mi interlocutora me descolocó. Además, vino acompañada con una curiosidad que no pensaba controlar. Desde el espectacular sillón –al fin- del que no me moví hasta que terminó la entrevista, la interrogué sobre esta cuestión. Pasa dos horas por día, una a la mañana y otra a la noche, en este estado. Con total ignorancia le pregunté sobre qué medita.
- No se medita de algo en particular. Meditar es observar.
- ¿Pero no pensás en nada?
- Es un acto para soltar la mente. Estoy sentada tranquila en una habitación de mi casa, sin teléfono, ni ruidos.
Me explica (intenta) que sigue las técnicas de unos monjes del Himalaya que se llaman Ishaya. Me esfuerzo por mantener la cara más natural que puedo mostrar en ese momento. En esas dos horas diarias, escapa de la vorágine y los nervios de la cuidad. “Hay mucha ansiedad. Todos están apurados, corren, gritan. Si siguen así, se terminan chocando contra una pared”.
- Vos parecés tranquilo, equilibrado, pero...
Me mira fijo, desafiante. La interrumpo.
- Sí, controlo bastante bien mis nervios.
- Pero la paciencia se acaba para todos. En algún momento vas a necesitar algún tipo de ayuda, un guía.
Estupendo. Graciela Borges en pijama me acaba de recomendar que pruebe con alguna milenaria técnica de relajación.
- Así puedo encarar mis días como quiero.
- ¿En paz?- le consulto sin entender mucho.
- Tengo una filosofía: dar todo lo mejor cada día, sin esperar resultados.

Teléfono. Me da la espalda para atender, y se postra unos minutos enfrente del magno ventanal que da al Río de La Plata. Habla risueña y alegre.
- Qué sorpresa.
- ¿Quién era?- pregunto atrevidamente.
- Josefina, mi sobrina. Hace meses que no la veo. La tendrías que conocer, es muy linda.
También quiere concertarme una cita.
- En la semana llamame de nuevo, yo arreglo con ella, y vamos los tres a tomar algo. De paso me conocés bien vestida y fuera de mi casa.

En pocas horas, me presentó alternativas para solucionar todos mis preocupaciones. Relajación mental. Sobrina encantadora. A duras penas logro levantarme del inolvidable sillón. “Andá, te saludo desde el balcón cuando salgas”. Levanto la cabeza. No se ve. Piso 13 y 14 sobre Figueroa Alcorta. Me olvidé el barbijo.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente.
Me cague de la risa.
¡Ni Pol Niuman le habra coqueteado a Graciela Borges como vos!
Jajajaj
Muy buena anecdota.
Me imagine en el piso de Alcorta.
¿entraste al baño? ¿como era?

Buen regreso

Rayna dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Rayna dijo...

¡¡¡SOY TAN DE SU FILOSOFÍA COMO DE DECIR LA VERDAD A PESAR DE LAS CONSECUENCIAS!!!

Yo ya llegué a las técnicas meditativas y de relajación (viste que hay que saber reconocer que uno necesita ayuda :P)... eso si me parece raro mostrar extrañeza frente a la meditación, osea, especialmente viniendo de ti (¿o era porque era "ella" la que meditaba?)

¿Estás entrevistando? Viste que puedes encontrar trabajo de lo que estudiaste en tu país...

Suerte con la sobrina, ojalá realmente sea encantadora...

Unknown dijo...

"...CLAP CLAP CLAP..."

el barbijo es marca registrada de gonzalo Fernandes

Pura vida, Pura meditacion, Pura entrevista!

de puta madre loco!!!!

Rayna dijo...

Perdonen mi chilenidad... pero que es el barbijo... ¿¿es acaso algo como una bufanda??

PiniPon dijo...

Gon mas q bueno...brillante!

El barbijo es ese cuadradito de tela o papel que se pone sobre la nariz y la boca y se ata atrás en la nuca. Se lo habrás visto puesto a algún médico, enfermero, paciente o visita en algún hospital...sino a montones en todas las series médicas de la tele!

Rayna dijo...

AHHHHHHHHHH UNA MASCARILLA! pfff estos argentinos y sus expresiones, mi madre es médico así que estoy muy familiarizada con eso y aquí se le dice: MASCARILLA....

Ahora que sé lo que es... QUÉ HACÍAS CON UNA MASCARILLA OSEA.... DAAHH...¿cómo que es marca registrada? ¿qué te crees, un tipo infeccioso o maniático?

Porque que se te quede una mascarilla no es sufieciente excusa para volver (no que la necesites si ya concertó cita, pero)... si esa fuera parte de la vieja tñecnica de "ups, se me quedó algo para volver"... mmm barbijo.... mmmm si yo fuera Graciela, lo boto (lo tiro)....

teseoh dijo...

Zato, gracias, y la diferencia es que para Paul, GB no es un mito sexual como para cualquier argentino, je je.

Rayna, es del año pasado la entrevista, pero se agradece también.

Nico y Flob, claps. Me debo a mi público.

Anónimo dijo...

La tecnica de OOPS se me quedo algo para volver es de SEINFELD!
y el barbijo es lo que se usa cuando se va a la bombonera,

hoy-estoy-de-mal-humor-Ryan O'Reily

Anónimo dijo...
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